Día 2, Apartamento 128
La verdad, es que si tengo que empezar hablando de algo, va a
ser de algo negativo. Los sentimientos negativos son los que nos pueden llegar a
dominar, ya sea porque nos vienen de rebote.
Supongo que el sentirse decepcionado, a veces conlleva
sentirse triste. Y cuando te sientes triste, sientes como que una ola enorme te
ha tragado hacia el fondo del océano, o como a mí me gusta llamarlo, te ha
llevado hacia el naufragio. El estado del naufragio, es un estado de malestar
profundo, en el cual solo sabemos navegar por nuestra cabeza, buscando la culpa
o al culpable de nuestra situación actual. Otras veces la decepción se
materializa en forma de disparo o puñalada en el corazón, y para mí esta es
la manera más dolorosa de la decepción, porque acto seguido comienza la
tristeza.
Yo, que soy una persona complicada de los pies a la cabeza,
pero que me defiendo entre todo el caos que puede llegar a ser la vida, cuando
veo algo que de verdad me provoca un disparo, un dolor inmenso, es cuando de
verdad me hundo, cuando de verdad estallo, y se me empaña la mirada. Cuando
noto la humedad de mares de lágrimas en mis mejillas, cuando al tragar saliva
todo me sabe a sal. La sensación de tristeza que te hunde tras la decepción es
agonizante, puede durar días, quizá meses, o quizá se entierre en tu corazón y
no la saques. Quizá sea esa espina que acaba por no salir, sino por infectarse.
Hace no muy poco, me di cuenta de que no merecía ser la
víctima de aquellos disparos, que debía preocuparme por esquivarlos o
simplemente no estar en el lugar del tiroteo. Porque, por mucho que me gustara estar delante del tirador, había balas que te abrían heridas casi mortales. Y
sí, el tirador es mi punto débil, pero solo estaré lista para volver a ponerme
delante suyo cuando tire el arma porque se ha cansado de disparar. Mientras
tanto yo, solo huyo de la misma escena del crimen que tantas veces me ha dejado
derrotada de maneras distintas pero desoladoras.
Ya no quiero ser la que está en esos lugares, quiero ser una
persona que sabe esquivar balas y no deja que las olas le lleven al naufragio.
Y aunque a veces es inevitable, otras muchas veces no lo es, porque somos
nosotros los que voluntariamente acudimos a que nos metan un tiro en la sien.
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